martes, 17 de mayo de 2011

La historia de Tula es de todo menos aburrida

Cuando nació fue regalada a una persona que vivía en un chalet. Probablemente no tuvo contacto con otros perros, ni pisó la calle con frecuencia. Dos años más tarde, su dueño se deshace de ella, entregándola a un desconocido que vive con más perros. Permanece con ellos alrededor de medio año. El desconocido se deshace de ella, entregándola a otra persona, que a su vez se vuelve a deshacer de ella… Se pierde su paradero.

Un año más tarde, aparece a 50 km de distancia, en las afueras de una discoteca. No se sabe cómo llega hasta aquí, ni qué experiencias vive durante este tiempo. Personas que la ven, comprueban cómo se le marcan exageradamente los huesos del cuerpo: todas las vértebras, costillas y pelvis. También presenta signos de haber sido agredida. Es enviada a una perrera, y allí se contacta con su primer dueño, quien la recoge nuevamente. Semanas más tarde la entrega a otra persona, quien la lleva al veterinario para tratar su desnutrición avanzada, y las enfermedades que presenta: ehrlichia canis y leishmaniosis.

Encuentra un hogar y una familia que la trata con paciencia y comprensión: el animal reacciona con agresividad y desconfianza frente a multitud de estímulos (personas, perros, tráfico, ruido…) Supera su desnutrición, plantándose en 45 kg de peso, cada vez más difíciles de controlar en sus paseos diarios. Tira de la correa y arrastra a cualquiera que la saca a la calle.

Su dueño contacta con Vicente A. Berga, quien se responsabiliza de la situación, realizando un cambio indescriptible en el bienestar psíquico de Tula. Hoy es una perra feliz y equilibrada.

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